El domingo me desperté otra vez súper pronto. La Lonely Planet me alertaba una vez más de las largas colas para entrar en Versailles (sobre todo domingos y martes :/) por lo que emprendí mi aventura hacia el campo parisino. Para llegar desde Porte Maillot, donde estaba mi hotel, lo más fácil es pillar el RER hasta Campo de Marte y cambiar a la linea que acaba en Versailles. Una vez allí, y emprendida la carrera para ganar a los millones de japoneses que iban en el mismo tren que yo, se llega al palacio en menos de 5 minutos.
Eran cerca de las 9:30 y la cola para entrar ya daba miedo. No era la cola para comprar entradas, era la cola para entrar! El día antes había comprado las entradas para el palacio y los jardines online, pero estaba un poco acojonado porque no me había dado ninguna entrada más que el email de confirmación. Así que con ese papel y colándome con un grupo de japoneses que habían llegado una hora antes me fui directo para dentro de una caseta prefabricada donde está el punto de seguridad y donde un señor muy amable (no como los del Louvre) me dio mi entrada.
Dentro del palacio se puede obtener una audioguía que viene incluida en el precio de la entrada. Es espectacular. Así como el patio de armas (por donde se entra al palacio) no es muy grandioso, el palacio por dentro lo es. Y uno, con la cantidad de gente que hay, se mueve al ritmo de la masa. BUUUM, BUUUUM. Hay todo tipo de detalles en las lámparas, en los techos pintados, en los aposentos reales, en los ventanales que dan a los jardines...
Recorrí toda esta parte sin prisa pero sin pausa porque a las 11 empezaba el espectáculo de música y fuentes en los jardines del palacio. Me anduve casi todos los jardines y cuando se acabó la música y el agua me dirigí hacia el Gran Trianón. De ahí, por detrás, andando a los dominios de María Antonieta y su cursí granja y de vuelta hacia el Pequeño Trianón.
Tras andar mas kilómetros de los que debería y habíendome tomado un panini malísimo en el pueblo de Versailles me volví en el RER.
El palacio y los jardines, impresionantes. Si Luis XIV quiso impresionar a alguien en aquel entonces, que sepa que sigue impresionándonos ahora.
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