Monday, March 31, 2008
Sigo vivo
¡Hola!
¿Qué tal todos? Yo estoy de vacaciones. Relajándome. En el Mediterráneo, como a Serrat le gustaría. Vine el sábado en coche, bien prontito. Paré en el Monasterio de Poblet, en la provincia de Tarragona. Este monasterio cisterciense, Patrimonio de la Humanidad, es un buenísimo ejemplo de arquitectura románica y gótica, ya que lo que es la decoración del monasterio se perdió con la desamortización de 1836. ¡Qué gran trágedia fue Juan Álvarez Mendizábal para los amantes del arte español! Pues tras visitar el monasterio (vale la pena desviarse 10 kilómetros si estáis viajando a Barcelona), llegue a Barcelona a comer con mi abuela. Me había preparado unos tallarines con almejas y picante buenísimos, seguidos de una butifarra exquisita. De postre una naranja y un nespresso en la fabulosa máquina que le han regalado sus hermanitos.
Por la tarde, tras pasar un rato en Can Marfá, llegó Santi y decidimos iniciar nuestro viaje a Sitges. Tras superar la zona metropolitana de Barcelona (¿quién hubiese dicho que era tan grande?) y por pasar de 80km/h, llegamos a los túneles del Garraf y a Sitges. Hacía muchos años que no iba (unos 18), pero la verdad es que una vez que llegué todo seguía en su sitio. Mi abuela ha estado haciendo obras en la casa que tiene, e íbamos mi primo Santi y yo a inaugurarlas. Pero cuando llegamos a la casa vimos que no estaba para ser habitada. Faltaban sábanas (parte de fallo nuestro por no llevar), ni mantas, ni agua caliente. El calentador estaba enchufado a un punto que no funcionaba... Así que tras meditarlo Santi y yo decidimos ir a tomar una pizza al paseo marítimo y volver a Barcelona.
En Barcelona estuvimos tomando una copa en el bar Premier de la calle Provença. Sitio muy guapo para gente muy guapa. Desde el sábado por la noche todo lo que he hecho ha sido descansar, bajar a la Barceloneta, tomarme un fabuloso arròs de l'avia con mi abuela y mis tios y moverme por Barcelona gracias al Bicing. Ah, por cierto, he empezado un libro llamado El sable del Caudillo, de José Luis de Villalonga. Parece un libro de traca.
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